Por fin, tras la habitual espera en el aeropuerto, la megafonía anunció la salida del vuelo con destino a Roma. La demora no había sido larga, pero con toda la ilusión que habíamos puesto en este viaje, se nos había hecho eterna. Tras los trámites en la puerta de salida, pasamos al finger cuyo sistema de refrigeración no daba abasto para el calor sofocante de Valencia en un mediodía del mes de Julio.
Habíamos planeando al detalle cada minuto del viaje. Cuándo visitaríamos la Fontana di Trevi, el Vaticano, Trastévere, etc. Todo tenía una fecha y hora precisa. Por eso nos parecía que amontonándonos en la puerta del avión conseguiríamos recuperar los minutos perdidos y que ahora sentíamos que íbamos a necesitar.
Mientras transcurría esta segunda espera, comentaba con mi mujer, la suerte que habíamos tenido al conseguir los asientos en la primera fila. Nuestros asientos estaban al lado de la misma puerta del avión que en unos instantes íbamos a atravesar. Esta circunstancia ofrecía un mayor espacio para las piernas y que mis rodillas no estuvieran encajadas entre mi asiento y el de delante como ocurre en las demás plazas, especialmente en estas compañías de bajo coste. En realidad, no había sido una cuestión de suerte sino de que los billetes los había reservado con varios meses de antelación y pude escoger libremente.
Finalmente entramos al avión. Nos sentamos en los asientos que había reservado y estiramos las piernas aprovechando el espacio disponible. Una vez hubo subido todo el pasaje, la azafata se disponía a revisar que todo estuviera en orden. Nada más empezar, reparó en mí. Noté que le costaba arrancar la frase y titubeó ligeramente al decir: "Señor, sería conveniente que usted y su mujer se cambiaran a la fila de atrás". No entendía porqué de esta insólita petición y me disponía a rechazarla de pleno. De pronto comprendí la situación. Nerviosa, la azafata dirigía su mirada alternativamente a la señal EXIT de la puerta, con sus instrucciones de qué hacer en caso de emergencia, y a mis manos que con la excitación del momento temblaban descontroladamente. Antes de que comenzará a citarme el Reglamento de Seguridad Aérea, estaba sentándome en la segunda fila e intentando encajar mis rodillas en el reducido hueco que dejaba con la primera.
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