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La Desbanda en concierto. 20/12/2018. Universitat Popular. Palauet d’Aiora

Actualizado: 29 abr 2021



Anoche, cuando finalizó el concierto en la Universidad Popular - Palauet d’Aiora, mi estado de ánimo era una mezcla de paz interior, relax y satisfacción, todo al mismo tiempo y llegué a mi casa con la intención de escribir, pero me quedé dormido en el ordenador, con la frente en el teclado y poco después me encontraba acostado, sin apenas darme cuenta de como pasé de la silla a la cama.


Esta mañana, más sosegado, pero orgulloso y satisfecho, siento la necesidad de agradecer uno por uno a los compañeros que estaban conmigo en ese lugar, a esa hora, cantando nuestras canciones a un público entrañable y rendido a nuestra actitud y en bastantes casos emocionados también, lo que parece confirmar que estamos con un proyecto que tiene repercusión positiva y es aceptado con agrado y entusiasmo en algunos casos.


En lo formal hubieron algunas carencias por la fractura de las voces que nos produjo el catarro y también algunos desajustes que sabremos reparar para mejorar nuestras prestaciones y así avanzar con paso firme por nosotros mismos y por todos aquellos que siguen nuestro trabajo. Nuestras familias, nuestros amigos, nuestros seguidores fijos, nuestro público, nos confirman que este grupo de personas funciona, tiene relevancia y debemos cuidarla, potenciarla y dedicarle todo nuestro esfuerzo para mejorarla.


Paco, dentro de ese cuerpo grande tiene guardada un alma enorme. Él aguanta sentado en su cajón horas y horas en los ensayos, sin decir una palabra más alta que la otra, corrigiendo las aceleraciones y frenazos de sus manos, grandes manos, para que la canción fluya y los demás no demos arranques y paradas. De vez en cuando le miro y le veo cantando, casi de puntillas, probando armonías que piensa y va soltando. Tiene que confiar en él mismo y seguir probando y mostrar tu potencial cantando. Luego inventando chistes, se le afloja la risa disfrutando más por las caras que ponemos que por lo que está contando.


Manolo, como el correcaminos, “mí..mí” ahora está aquí, “mí..mí” ahora está allá, “mí..mí” voy para allá, “mí..mí” vengo de acullá. Aquella mañana de ensayo que cada 3 por 2 salía al hospital a ver a su padre, volvía porque aún no estaba, tocaba otra canción, me voy al hospital, aún le queda un poco, chimpón chimpón otra canción, me voy al hospital, acabamos mareados de tanta entrada y salida. Manolo además es multiusos pues lo mismo toca con nosotros, que con los otros, que se va a Madrid a acompañar a otro grupo, se emociona con el anticoro, que le dicen: necesito un batería, contesta: hecho, y así está con todos, batucada, ritmos flamencos no sé dónde mete tanta sabiduría.


Marcel, canta la sensibilidad, la palabra tierna para expresar sus recuerdos, baladas que se pegan al paladar y a la añoranza de tiempos pasados, de amigos que perduran, de los golpes que da la vida, pero Marcel también es firme, ritmico, transgresor con versos fuertes como consignas para luchar, con versos que pronunciaría aquel que está seguro de lo que quiere decir, de la amistad, del mundo que le rodea. Es un gran escuchador de todas las músicas y todo lo que escribe te anima a hacerle voces. Cuantos años sin hacer canciones, como el guadiana, estaba oculto y ha explotado, saliendo a la luz, por el placer de vivir.



Eduardo, mirada perdida buscando la partitura con gesto de concentración, tiene que sostener el ritmo en el que nos subimos todos. Su obsesión: el trabajo bien hecho, evitar la improvisación, debe estar bien escrita la partitura para una buena ejecución, a veces distraido por la monotonia de las repeticiones de su rasgueo, serio, a veces sacude su mano derecha para desbloquearla. También se bloquea su gesto, esbozando después una sonrisa, cuando le miro y el descubre que le observo.



Jorge, oculto siempre, detrás de alguien en el escenario, no quiere destacar. Acaricia las teclas que su cerebro interpreta, improvisando a veces y otras veces dando sorpresas con efectos sonoros cuando el ambiente se tensa. Experimenta con todos los cacharros que le pasan por delante. El gesto de su boca expresa la ironía con la que comenta las cosas que pasan y las historias que cuenta, provocando hilaridad, carcajadas necesarias para recuperar el tono y que la alegría no se pierda.



Vicent, se deja ver por la envergadura que tiene pues viene, va, está sin apenas hacer ruido. Suena un móvil, es él, en la puerta esperando ¿es que no hay nadie que me abra? Toca la guitarra, pero se está doctorando en el ukelele, que el hace sonar como un arpa. Su partitura, el rasgueo, de principio a fin sin ninguna florituras que hagan peligrar el resultado. Sabemos que canta y canta bién y puede cantar y cantará también. Pragmático, directo, preciso en sus opiniones buscando la simplicidad en lo complejo.



¿Falta alguien?, el autor de este trabajo. Víctor, no puede salir en la foto, porque tiene que retratarse así mismo. Probemos:


Víctor vive la música a todas horas, la va pensando o verbalizando. Son todas las listas de canciones que ha oido de todos los tipos de música, que va descubriendo y que abraza como si fueran suyas: de pronto sale una romanza, una copla, un rock, una balada, un aria, canciones populares, flamenco. Se muere por hacer armonía de voces, cierra los ojos y se transporta a un mundo imaginario dónde sólo el amor importa. Las canciones que compone son de puro sentimiento, pero lo que más añora es estar tocando con sus amigos y ver sus caras mientras va fluyendo la melodía.


Finalmente cantamos juntos con las componentes del coro “l’anticor“ que con sus voces acariciaron las letras de nuestras canciones demostrando que lo que hacemos despierta sensibilidades y emociones.


Quiero seguir adelante con este proyecto, quiero cantar con vosotros hasta que resista el cuerpo, tenemos que cuidar, mantener y potenciar todo aquello que nos une y seguir disfrutando con la música juntos. Muchas gracias compañeros.


Víctor Ruiz Molina

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